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7.1.11

Las famosas últimas palabras.

Punto de vista de Alejandra.

Blanco. ¿Por qué los hospitales son blancos? Así me mareo mucho y para joderlo todo aún más este hospital parece un laberinto. Nunca creí que esto llegaría a pasar, que después de mis vacaciones navideñas en Venecia me llamarían diciéndome que su vida se acaba; y por tanto la mía casi que también. Cáncer de no sé qué de pulmón, no me explicaba cómo podía ser posible. No me explicaba cómo podía seguir Mario vivo estando a 20 de enero y cuando le habían diagnosticado como mucho una semana más para respirar. Que no se muera, que pueda llegar a decirle que lo siento.

Cuando abrí la puerta de la habitación toda su familia se volteó a verme. Estaba su hermana mayor con su padre y al otro lado su madre. Después bajaron todos la mirada y pasaron a mi lado dejándome sola. No podía ver bien a Mario, tenía los ojos emborronados por las traicioneras lágrimas y todo era tan blanco... Entonces, un frío espantoso se apoderó de la habitación cuando estuve a los pies de su cama y abrió los ojos llenos de ojeras para mirarme, también llorando.

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Punto de vista de Mario.

Estaba preciosa, como siempre. Aún traía el aire invernal enredado en el pelo y estaba llorando. Llevaba unas mayas negras y un pantalón corto encima, con una camisa azul clara y su bolso de siempre marrón. Había alguien con ella, la mujer que me había venido a visitar esta mañana, estaba sentada en el sofá que se encontraba al lado de Alejandra y miraba por la ventana.

-Ella está aquí.- Le dije, mi voz sonaba horrible, joder. Qué vergüenza, pero a la vez que alivio que esté aquí Alejandra.- Está detrás de ti.

Como les pasaba a todos, se asustaban y ella abrió los ojos y miró detrás suyo.

-Mario... No hay nadie.- La voz le tembló. Se secó las lágrimas que le quedaban en las mejillas y temblando se acercó a mi.- Sólo estoy yo,- me acarició la mejilla y me sonrió como un ángel.- no me asustes.

A pesar de todo el dolor que sentía por todo el cuerpo me hizo muy feliz verla. Le pedí perdón mil veces por todo y ella sonriéndome con tristeza me dijo que no hablara, que todo estaba bien. Me contó que estaba en Venecia de vacaciones y que cuando llegó su amiga le llamó contándoselo todo. Me pidió perdón, ella también y miraba nerviosa al sofá donde estaba la mujer de blanco.

-¿No la ves?

-No.

-Pues no tengas miedo, ella es buena. Dijo que tenía que aguantar hasta que tú llegaras, y que luego iríamos a un sitio.

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Punto de vista de Alejandra.

Ahora mismo ante mí podría estar agonizando cualquier persona y no me dolería. Pero él... La voz la tenía fatal y cada palabra que me decía era un esfuerzo sobrehumano. No me soltaba la mano y me miraba con los ojos nublados. Entonces supe que se tenía que ir con ella, con esa mujer. Los ojos los tenía rojos y con ojeras, parecía que su familia le había arreglado y tenía el pelo precioso como siempre, significaba también que no dio tiempo a hacerle la quimioterapia. De vez en cuando cerraba los ojos y cuando me oía sollozar los volvía a abrir. El frío aumentaba así como mi dolor en el pecho. Me acerqué a él hasta que mis labios le rozaron la oreja y se estremeció en su agonía.

-Te amo, Mario. Lo sabes... ¿Por qué me dejas?- Las lágrimas mojaron su pelo que olía a shampoo desinfectante pero su sudor era él en persona. Su olor que sólo iba a conocer por esta vez en toda la vida.

-Ella dice que no se te ocurra decir que quieres venir conmigo. Tengo frío, Alejandra. Y nunca creí que lo diría...- Empezó a toser y unas gotas de sangre le salpicaron los labios. El catéter que salía de su cuello parecía que le hacía daño así como el que le salía del brazo.- Te amo, mi ángel. Quédate conmigo hasta que ella me lleve.

Si me decía una palabra más sobre la cosa que yo no podía ver pensaba que saldría corriendo por la puerta. Mi frente seguía pegada a su mejilla. La vida me daba lo que más había querido siempre para quitármelo al instante.

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Punto de vista de Mario.

Su lengua. Su lengua caliente sobre mis labios lamiendo la sangre que expulsaba mi cuerpo, esa sangre que decía que ya no podía vivir más. Me dio vergüenza. Si hubiera estado en otras condiciones la agarraría del pelo y le mordería los labios. Tan vivos... Ella tenía vida, vida con la que mi hizo doler todo cuando me agarró del pelo con rabia. Supuse que era rabia porque sabía lo que se nos venía encima. Y después, su lengua otra vez, rozando la mía. Parecía que me quería arrancar el poco aliento que me quedaba y a la vez darme todo el suyo. No me soltó la mano y me susurraba que me quería más que a nada en la tierra, que me quedara con ella, que era su pequeño idiota y que la estaba matando con mi muerte.

-¿A qué sabe mi sangre?- Le sonreí morbosamente mientras me besaba los párpados y paró en seco suspirando.

-Sabe a ti. A amor y a...

-Muerte. Lo sé. Alejandra, prométeme que seguirás caminando en el mundo sin miedo, ¿vale? Esto es muy raro...- más tos, más sangre. No podía mover las manos y ella lloraba en silencio mirándome.- ...en alguien como yo.

-Tengo miedo de seguir viviendo.- Me apretó más la mano y no le dejé ver que me dolía infiernos. Sentí mucho frío y el aparato que marcaba mi pulso empezó a hacer un ruido raro.

-Mira, ella se ha levantado del sofá. Viene hacia aquí.

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Punto de vista de Alejandra.

Ya no me asustaba el fantasma que Mario veía. El miedo de saber que nunca más le tendría conmigo abrió un abismo enorme entre mi cuerpo y el dolor, quedando sólo el dolor. Le besé y supe que sería el último beso. Sangre, lágrimas y su boca que estaba completamente fría. Le agarré de la mano y me retiré porque sentí pasos. Y frío, la habitación estaba helada. Las enfermeras entraron y la familia con ellas. Revisaron todo y se miraron entre sí. La madre de Mario acarició su otra mano y las enfermeras se retiraron al fondo de la habitación.

-Alejandra...- parecía que asentía a alguien a los pies de la cama.- Dice que nos tenemos que ir ya. ¿Pero en dónde estamos? No estamos en el hospital.- Su madre se derrumbó y le soltó la mano abrazándose con su marido y su hermana que nos miraba en silencio y sin llorar.

-Dime, cariño... ¿Qué ves?- Le hablé como si nada pasara, como si estuviésemos tomando un helado un domingo por la tarde en la heladería de la plaza.

-¿No lo ves? Estamos en un campo. Ella nos ha traído.

Le besé la mano y le dije que me lo describiera. Luego empezó a decir que se estaba poniendo todo oscuro. Ya no podía casi respirar.

-Las cosas van a estar mejor si te quedas, amor.- Me dijo con dificultad, yo sabía que eran sus últimas palabras. Su madre lloraba a gritos y su padre no miraba. Su hermana se mordía los labios con una fuerza impresionante.- Nunca pensé que una mujer mayor tan hermosa se enamorara de mi, Alejandra.

-Ya ves, es que tú eres hermoso.

-Ya nos tenemos que ir. Nos están esperando, ella dice que me tengo que ir ya.- La madre salió a gritos de la habitación y el padre tras ella. Su hermana le cogió la mano y le acarició el hombro.- Miriam,- la miró con los ojos nublados.- te quiero mucho. Quédate con ella, ¿si?

-Mario, mírame.- el aparato empezó a pitar más lento, él a respirar con más dificultad.- Lo sabías hace tres meses y te lo digo ahora. Te amo como a nada más en este mundo. Vete con ella tranquilo, ¿si, mi niño? Yo no tengo miedo.

-Dile... que no llore... díselo a mamá, Miriam.- Tos, más tos. Sangre y su hermana con lágrimas silenciosas asintiendo.- Te amo, no me olvides...- Sangre, sus ojos desorbitados y yo sentía que alguien gemía de dolor. Era yo, no podía ni sentirme.- Por favor... antes...

Sabía lo que me pedía. Yo debía de tener los labios ya manchados de su sangre. Las enfermeras, su hermana, la habitación, todo despareció. Sólo estábamos él y yo, dándonos el último y más casto beso, el beso de la muerte. El frío se hizo insoportable y el pitido chirriante del aparato me sacó de la ensoñación. Ya no sentí su aliento y me retiré poco a poco. Su hermana lanzó un llanto desgarrador y se levantó, dándose en la cabeza contra la pared y las enfermeras intentaban detenerla.

Tan guapo como siempre. Sus párpados quedaron cerrados y estaban como con tonos morados y en sus labios una sonrisa de paz. El frío se fue desvaneciendo y yo supuse que ella se había ido. Y se lo había llevado a él. Se había llevado mi vida. Le besé la mano y miré su cuerpo, derrumbándome y fui hacia su hermana que estaba tirándose del cabello en el suelo.

-Miriam...Miriam, por favor.- Me miró, hecha un espantapájaros asustado y se abalanzó hacia mi abrazándome. Tendría más o menos mi edad. El dolor de las dos se juntó y se hizo insoportable saber que ya no volvería a ver a Mario hablar jamás. Me separé de ella y miré mi reflejo en sus ojos. Era la viva imagen del dolor. Detrás de mi, en sus mismos ojos, vi un reflejo blanco que atravesó la habitación. Me asusté, pero supe que era ella.- Miriam. Escucha. Él no quería quedarse a sufrir más. Él se fue feliz.

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Y así fue, porque aunque fuera al borde de la misma muerte había a encontrado al amor de su corta vida.




Fin de la trama y última entrada para todos los personajes. Se da por finalizado el proyecto ''Nubes de Porcelana.''

6.1.11

Ser como ellas.

Nadie nunca le dio la oportunidad de ser como las niñas ricas que iban al restaurante al que trabajaba. Tal vez no fueran ricas en dinero, pero si en otras cosas que ella no tenía. Por un mes más que eterno había aguantado todos los maltratos y presiones sufridas con la escoria femenina de la humanidad. Todo por dinero, por los malditos euros.

Mónica había llorado tanto. Y le hizo prometer que jamás lo haría, que nunca más volvería a bajar a dónde van esos animales, en donde viven y se reproducen las ratas. Claro, ella no entiende que así gana tres veces más de lo que se lleva sirviendo cafés. Pero no importa. Cree que no lo volverá a hacer.

¿Dónde están el abuelo y su Dios? Pero Carolina no sabe, nadie le ha dado la oportunidad de conocer la verdad. Ella tiene que buscar. Pero primero, cortar de raíz.

-Lo dejo, Portu.- Mira con miedo a su jefe, al mal jefe, al jefe de las bestias.

-¿Te has acojonao después de la cárcel, eh?

-Si. Déjame irme.

La deja irse, pero antes con una despedida. Y llama a sus antiguos compañeros de trabajo a que le peguen tan fuerte que la hagan querer estar muerta. Lo peor, es que lo hacen de tal manera que nunca moriría.

Sangre.

Es a lo que huele el suelo donde esa chica de veintitantos años está tirada. Las lágrimas se confunden con el pegote de sudor que es su pelo. ¿Porqué a ella? Pero sabía que la iban a dejar en paz. Ella misma había dado palizas a la gente que se retiraba del negocio. El Portu era ''civilizado'' y no mataba a nadie. El miedo es el peor castigo.

Carolina quiere ser como ellas, como las personas que iban a la cafetería; a lo mejor ellas dormían en una cama muy cómoda y con peluches. Pero ella tendrá que dormir esa noche con dolor eterno y su peluche más odiado: el miedo.


Última entrada para Carolina.

Tú sabes lo que hacen.

De lo que siembras, eso recogerás. O algo así decía el abuelo de Carolina las mañanas de las vacaciones de verano cuando papá y mamá aún vivían.

-¿Cómo has llegado hasta aquí, chica?- La compañera de celda de Carolina espera una respuesta, pero ésta sólo voltea la cabeza para mirarla mal.

-No es asunto tuyo.

-¡Oh, vamos! He oído que no estarás aquí por mucho tiempo. También que trapicheabas con algo. Yo, en cambio, si que merezco estar aquí, hija de puta. ¿Quieres saber por qué?

-No, no quiero. Sois unas malditas viejas chismosas.- Escupe las palabras con el veneno que le ha hecho tragar la vida. Tiene miedo de lo que le pueda pasar a Mónica y esa prostituta realmente la está haciendo enfadar.

-¿Sabes lo que hacen con chicas como tú aquí?

-Si. Sé lo que hacen.

Más odio, más veneno y querer salir rápido. Y rabia, la rabia se le puede ver por encima a Carolina porque sabe que cuando salga dentro de un mes tendrá que seguir haciendo lo mismo.

Ama el veneno.

Lejos, con la gente con la que no debería de haber estado nunca Carolina mira al cielo. Le pide perdón al Dios del que le habló su abuelo. ¿Qué era todo lo que había hecho? El dinero. El dinero tiene toda la culpa, las ansias de conseguirlo para poder mantenerse bien ella y su hermana.

Ya no se acuerda de todas las veces que se ha planteado dejarlo. Dentro de la chaqueta lleva tres bolsas de cocaína llenas hasta arriba y en el siguiente callejón espera poder encontrar al pirado que se la comprará. A su mente se viene la imagen de Mónica cuando los euros caen con desprecio en sus manos. El tipo con el que negociaba escupe en el suelo, la mira mal y se guarda la mercancía.

-Eres muy guapa. No deberías de estar aquí. El burdel es tu lugar.

Carolina se da la vuelta dejando al tipo asqueroso y corroído por los años y el veneno riéndose de ella. Las palabras de su cliente resuenan en su cabeza.

No era la primera vez que se lo decían, ni tampoco la primera vez que ella se lo pensaba.

Otras drogas.

-¿Qué ha pasado?- Carol está sentada enfrente de Mónica con su mirada por primera vez en la historia muy seria. Están en la mesa desayunando y Carolina, la hermana de Mónica ha salido a trabajar, dejándolas solas y con resaca de muerte.

-Pues que ayer, fuimos a una fiesta. No más llegar te perdí como durante una hora, así que no tengo muy claro que fue lo que pasó.- Mónica se acomoda un mechón de su pelo de miel detrás de la oreja y bebe café de su taza de Batman.

-¿Has preguntado a alguien?- Carol se pone las manos en la cabeza y la mira mordiéndose los labios con preocupación. No ha tocado las tostadas ni el zumo de naranja que hay en frente de ella.

-Si, no sé cómo, te fuiste con unos chicos del otro curso, ¿sabes cuales? Esos macarras que eran amigos de Mario... El caso es que, no sé con qué te colocaste. Pero cuando te encontré yo estaba medio borracha y tú tirada en el suelo.  ¿Te duele la pierna?

-No...- Carol se mira por debajo del pantalón de pijama que le prestó Mónica.- Oh, Dios mio...

-Si, parece que al andar por ahí te cortaste con algo. Carolina te limpio las heridas, no te preocupes.

-¿Tu hermana? Joder... ¿el resto?- Carol tiene la boca desencajada y empieza a tocarse por todos los sitios de su cuerpo. Su cerebro no funciona del todo bien, le duele demasiado la cabeza.

-Si, pero no son cómo esa. Aún así para evitar infecciones... Ya sabes.- Mónica empieza a recoger la mesa y Carol respira profundo.

-Bueno, ¿algo más?- Carol mira a Mónica con miedo y se sonroja un poquito. Recuerda cuando una hora antes más o menos se levantó con ella a su lado.

-¿Te refieres a si te acostaste conmigo? No. Pero lo intentaste,- Mónica vuelve a la mesa y enciende la televisión y pone directamente el canal de música.- aunque estabas tan mal, que creí que te ibas a arrepentir. Te pegué un golpe en la cara y te dormiste. ¿No te duele?

Carol se ríe y contagia a Mónica. Se toca la cara y su amiga le dice que sus padres llamaron más temprano, preguntando por ella.

-Joder... Que mal estoy, Mónica. Me llené de...

-Amor y otras drogas. Piénsalo así, es mejor, Carol. Pero sabes, que siempre voy a estar yo para traerte a casa, cerda.

¿Qué más podía pedir? Ah, cuánto quería Carol a esa descabellada amiga suya.



Última entrada para Carol y Mónica. Su 'relación' se puede interpretar de forma libre.